
¿No es cierto que la conversación de muchos profesores de Biblia nos hace dudar del fruto de su piedad, o al menos nos impulsa a orar para que su piedad sea avivada? ¿Han notado la conversación de muchos que se llaman a sí mismos Cristianos? Podríamos vivir con ellos desde el primero de enero hasta el final de diciembre, y nunca tendríamos queja de que hablan mucho de religión, porque ni siquiera la mencionan. Escasamente mencionan el nombre del Señor. En la tarde del día del Señor se habla de sobre de los ministros de la iglesia, se les encuentran faltas tanto a este como a aquel, y se hacen toda clase de conversaciones, que podrían llamarse “religiosas”, porque tienen que ver con lugares religiosos. Pero ¿hablan alguna vez los que van a las iglesias, de lo que se dijo y se hizo, y de lo que el ministro sufre por el rebaño? ¿Recibe usted alguna vez el saludo de su hermano que le dice: “Amigo, ¿cómo prospera tu alma?" Cuando entramos en la casa de nuestros hermanos, ¿tenemos el interés principal de hablar de la verdad de Dios? ¿Piensan que Dios se asomará desde el Cielo para escuchar la conversación de su iglesia, como está escrito que “El Señor se inclinó y oyó, y fue escrito un libro en memoria para aquellos que temen a Jehová y que meditan en su nombre?" Yo declaro solemnemente, porque lo he observado detenidamente, y creo que imparcialmente, que la conversación de los Cristianos, aunque no se puede tachar de inmoral, sí se puede tachar por su calidad de Cristianismo. Hablamos muy poco de nuestro Señor y Dueño. La palabra “sectarios” ha calado tanto en medio nuestro, que no podemos mencionar a Cristo, para no ser tachados de sectarios. Yo soy un sectario entonces, y espero serlo hasta el día que muera, y me glorío en ello; porque no puedo entender cómo, en nuestros días, un hombre puede ser un Cristiano, verdadera y sinceramente, sin siquiera intentar merecer para sí mismo este título. ¿Por qué no hablamos de esta doctrina? Porque es posible que otros no crean así, o aún nieguen estas verdades; y preferimos la comodidad de conversaciones en las cuales todos estamos de acuerdo, y estos tópicos serán pues cosas mundanas y no espirituales. ¿No es esto cierto? ¿Y no es un triste pecado de nuestra parte, que tengamos que estar orando: “Señor, aviva tu obra en mi alma, para que mi conversación sea más semejante a la de Cristo, sazonada con sal, y dirigida por el Espíritu Santo”?
C.H.Spurgeon
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