miércoles, 27 de junio de 2018
sábado, 6 de febrero de 2016
OREN POR SUS PASTORES
Necesitamos que nuestros pastores oren por nosotros y que nos prediquen. Sin embargo, lo que frecuentemente olvidamos es que la relación del pastor con su rebaño es de mutuo beneficio. Nos ministramos unos a otros y uno de los beneficios más importante que un pastor recibe de su rebaño son sus fervientes oraciones.
Permítanme darles una lista rápida de algunos motivos de oración que pueden mantener delante del Señor…
1. Oren por la piedad de su pastor. Esta es la necesidad más vital en la vida de su pastor… su caminar con Dios. Como resultado de esto, el corazón de él anhelará ver la piedad en su rebaño. El día que su pastor comience a fraternizar con el pecado es el día que se despedirá de la efectividad en su ministerio.
2. Oren para que su pastor sea un hombre de la Palabra y un hombre de oración. Pidan a Dios para que él sea lleno del Espíritu Santo y para que la Palabra de Dios le afecte primero a él antes de buscar que afecte a los que lo escuchan. Esto solo sucederá si él pasa mucho tiempo en el secreto, a solas con Cristo.
3. Oren para que su pastor sea un hombre humilde que trabaja con los otros ancianos y miembros de la iglesia como iguales, independientemente del éxito que pueda tener como predicador. Oren para que él pueda ser tan consciente de la gloria de Dios que eso sea lo que más le importe a él – y no su propia gloria.
4. Oren por la vida familiar de su pastor. Lo que sucede tras las puertas de la casa del pastor es lo que con frecuencia lo quebranta más o lo ayuda a continuar. Oren para que él ame a su esposa y a sus hijos y que sus devociones familiares puedan ser provechosas y vivificantes, nutriendo sus vidas espirituales.
5. Oren para que su pastor se rodee de los amigos apropiados. Muchos pastores fracasan simplemente porque se unen con la gente incorrecta. La Biblia dice, “…las malas compañías corrompen las buenas costumbres” (I Corintios 15.33) ¡y su pastor no es inmune a esto!
6. Oren por la salud física de su pastor. Estamos en un mundo de enfermedades y dolencias, de manera que con frecuencia su pastor no se sentirá bien. Oren para que Dios lo capacite para hacer las decisiones correctas en cuanto a su salud para que su vida sea lo suficientemente larga y que pueda cosechar fruto en la vida de muchos.
7. Oren por sabiduría para su pastor. Como miembros de la iglesia ustedes le llamarán con frecuencia con toda clase de situaciones difíciles en sus vidas y desearán escuchar respuestas piadosas en ese momento. Oren para que siempre que él abra su boca, Dios le de las palabras correctas para las almas.
8. Oren por los sermones de su pastor. Los cristianos tienen la tendencia a criticar la pobreza de los sermones de su pastor. ¡Si pasaran tanto tiempo orando por él como el que dedican a criticarlo, quizás Dios ya hubiera escuchado el clamor y habría ayudado a su pastor a predicar mejor!
9. Oren por la fortaleza emocional que su pastor necesita para que pueda soportar las pruebas. Las acusaciones falsas, las traiciones, y un sentido de incapacidad y fracaso causan desánimo y depresión en el corazón de muchos genuinos siervos de Dios, su pastor no es la excepción.
10. Oren para que el ministerio de su pastor sea fructífero en forma creciente, de manera que más y más almas sean salvadas a través de este ministerio. Deberían desear que el ministerio de su pastor sea como lo que se describe en Proverbios 4.18, “… como la luz de la aurora, que va en aumento, hasta que el día es perfecto”
11. Oren por las necesidades financieras de su pastor. Él no sólo necesita alimentar y vestir a su familia, él necesita educarlos y prepararse para su retiro cuando ustedes decidan que él ya debe dejar sus labores. ¡Esta es un área en la cual no solamente deben orar sino que deben hacer algo al respecto!
Por Conrad Mbewe (Traducido con permiso por Alexander León) Tomado de elcaminoangosto.org
Permítanme darles una lista rápida de algunos motivos de oración que pueden mantener delante del Señor…
1. Oren por la piedad de su pastor. Esta es la necesidad más vital en la vida de su pastor… su caminar con Dios. Como resultado de esto, el corazón de él anhelará ver la piedad en su rebaño. El día que su pastor comience a fraternizar con el pecado es el día que se despedirá de la efectividad en su ministerio.
2. Oren para que su pastor sea un hombre de la Palabra y un hombre de oración. Pidan a Dios para que él sea lleno del Espíritu Santo y para que la Palabra de Dios le afecte primero a él antes de buscar que afecte a los que lo escuchan. Esto solo sucederá si él pasa mucho tiempo en el secreto, a solas con Cristo.
3. Oren para que su pastor sea un hombre humilde que trabaja con los otros ancianos y miembros de la iglesia como iguales, independientemente del éxito que pueda tener como predicador. Oren para que él pueda ser tan consciente de la gloria de Dios que eso sea lo que más le importe a él – y no su propia gloria.
4. Oren por la vida familiar de su pastor. Lo que sucede tras las puertas de la casa del pastor es lo que con frecuencia lo quebranta más o lo ayuda a continuar. Oren para que él ame a su esposa y a sus hijos y que sus devociones familiares puedan ser provechosas y vivificantes, nutriendo sus vidas espirituales.
5. Oren para que su pastor se rodee de los amigos apropiados. Muchos pastores fracasan simplemente porque se unen con la gente incorrecta. La Biblia dice, “…las malas compañías corrompen las buenas costumbres” (I Corintios 15.33) ¡y su pastor no es inmune a esto!
6. Oren por la salud física de su pastor. Estamos en un mundo de enfermedades y dolencias, de manera que con frecuencia su pastor no se sentirá bien. Oren para que Dios lo capacite para hacer las decisiones correctas en cuanto a su salud para que su vida sea lo suficientemente larga y que pueda cosechar fruto en la vida de muchos.
7. Oren por sabiduría para su pastor. Como miembros de la iglesia ustedes le llamarán con frecuencia con toda clase de situaciones difíciles en sus vidas y desearán escuchar respuestas piadosas en ese momento. Oren para que siempre que él abra su boca, Dios le de las palabras correctas para las almas.
8. Oren por los sermones de su pastor. Los cristianos tienen la tendencia a criticar la pobreza de los sermones de su pastor. ¡Si pasaran tanto tiempo orando por él como el que dedican a criticarlo, quizás Dios ya hubiera escuchado el clamor y habría ayudado a su pastor a predicar mejor!
9. Oren por la fortaleza emocional que su pastor necesita para que pueda soportar las pruebas. Las acusaciones falsas, las traiciones, y un sentido de incapacidad y fracaso causan desánimo y depresión en el corazón de muchos genuinos siervos de Dios, su pastor no es la excepción.
10. Oren para que el ministerio de su pastor sea fructífero en forma creciente, de manera que más y más almas sean salvadas a través de este ministerio. Deberían desear que el ministerio de su pastor sea como lo que se describe en Proverbios 4.18, “… como la luz de la aurora, que va en aumento, hasta que el día es perfecto”
11. Oren por las necesidades financieras de su pastor. Él no sólo necesita alimentar y vestir a su familia, él necesita educarlos y prepararse para su retiro cuando ustedes decidan que él ya debe dejar sus labores. ¡Esta es un área en la cual no solamente deben orar sino que deben hacer algo al respecto!
Por Conrad Mbewe (Traducido con permiso por Alexander León) Tomado de elcaminoangosto.org
martes, 16 de diciembre de 2014
lunes, 13 de enero de 2014
Desarrollo del Pacto de Gracia en la Historia
A.Adán: el pacto del principio (Génesis 3:14-19; Romanos 8:7, 20-22; 16:20; 1 Timoteo 2:15)
Las palabras de Dios a Adán, Eva y la serpiente inmediatamente después de la caída trajeron promesas y maldiciones que encuentran su culminación en Jesucristo. Como estas declaraciones definen las condiciones de la vida, se ha concluido correctamente que son la sustancia del pacto. La promesa central de este pacto (la destrucción de la serpiente y la herida de la simiente de la mujer) lo estable como un pacto de gracia. Las palabras de Dios declaran la naturaleza de la lucha que sucederá en la causa de traer al hombre a salvación. En el sudor de la frente del hombre, a través del dolor de parto, por la provisión de un solo Campeón, Dios alcanzará para el hombre absoluta redención. El propósito de todo este programa es la restauración del hombre al estado de comunión y bendición para el cual fue creado originalmente y del cual no puede caer (Juan 6:39).
B.Noé: El Pacto de Preservación (Gen.6:17-22; 8:20-22; 9:1-17)
Después del diluvio, Dios hizo un pacto con el hombre a través de Noé para preservar la tierra hasta que se completara la historia de redención. Esta preservación tiene como su meta primordial sostener y gobernar al mundo hasta alcanzar la completa redención. La gracia soberana de Dios se centra en, o escoge a, una sola familia que él salva del juicio destructivo del diluvio. Él sella su relación de gracia con ellos por la señal del arco iris. Después del diluvio, Dios declara que los descendientes de Noé serán bendecidos en Sem, sugiriendo que la redención vendría a través de esa línea familiar, y así brevemente esboza la historia del mundo. Está claro que la redención descansa solamente en la gracia divina y viene a través de la promesa.
C.Abraham: El Pacto de Promesa (Gen.15,17; Romanos 4; Galatas. 3)
Este pacto de promesa puede ser llamado en un sentido único a la luz de Romanos 4 y Gálatas 3. En este pacto, Dios adelanta su propósito de redención al escoger cierto pueblo (elección) y prometer darle vida eterna y dominio terrenal (Romanos 4:13). Estas promesas son expuestas en tipos como la promesa de tierra (Hebreos 11:8-10; 13-16; Romanos 4:13), una simiente (Romanos 4:9-12) y bendición a todas las naciones del mundo (Romanos 4:16-18, Gálatas 3).
D.Moisés: El Pacto de La Ley
Aunque es en cierto sentido inapropiado, éste ha sido llamado el pacto de la ley porque es aquí que la ley de Dios encuentra su completa expresión. Dios ahora forma al pueblo de Abraham en una nación al darle la tierra y la ley. En esto, él cumple la promesas tipológicas dadas a Abraham, Isaac y Jacob (Josué 21:43-45). Israel fue solidificada como una nación distintiva y consagrada como los sacerdotes de Dios (Ex.19:6). Los preceptos de la Ley eran expresiones positivas de la justicia eternal y la verdad, de la naturaleza de Dios (Salmo 19). Le enseñaban al pueblo los requerimientos de una vida santa, convenciéndolos así de pecado (el primer uso de la Ley, 1 Timoteo 1:8-11), incrementando su conocimiento de la necesidad de redención (el segundo uso, Romanos 7:7-11)y enfatizando el tipo de vida que se esperaba del santo pueblo de Dios (el tercer uso, Romanos 8:7-9; 13:8-10; Santiago 2:8-12). Este pacto manifiesta la promesa de redención a través de la gracia, tanto por medio de los tipos como mediante las profecías (Deuteronomio 30), No enseñaba que el hombre podía salvarse a sí mismo por medio de las buenas obras (Gálatas 2:15-16; 3:1).
E.David: El Pacto del Reino (2 Samuel. 7; Salmo 78:60-72; Mateo1:1; Lucas 1:32, 69; Juan 7:42; Hechos 2:29-36;13:23; Romanos 1:3; Hebreos 1:5)
En el pacto hecho a través de David, Dios transformó una nación que había escogido ser meramente un reino humano en un reino eterno donde Su trono dominaría para siempre (1 Samuel 6:5-9; 2 Samuel 7). Bajo David y Salomón, tenían una posesión más completa de la tierra y el reino de Dios se estableció tipológicamente en la tierra. Dios prometió establecer su reino para siempre sobre su pueblo a través de un descendiente de David. Al irse deshaciendo el reino, el pueblo de Dios comenzó a comprender mejor que había un camino mayor cuando vendría un ocupante más grande del trono de David. Este prometido (el Mesías) se sentaría en el trono de David para siempre y gobernaría la tierra en justicia (Hebreos1).
G.Cristo: El Nuevo Pacto (Deuteronomio 30:1-6; Ezequiel 36:22-27; 37:24-28; Jeremías. 31:31-34; 32:37-41; 33:14-26; Lucas 22:14-23; Hebreos 8, 10:15-18; Romanos 4:9-12; 9:6-8, 16, 25; Efesios 2:11-22; Colosenses 2:11-12)
El pecado de Israel eventualmente resultó en la expulsión del pueblo de la tierra prometida como Dios les había advertido en su pacto (Deuteronomio 28). Aunque Israel falló en sus responsabilidades pactuales, la promesa de redención para ellos y toda la humanidad no falló, puesto que reposaba en la gracia soberana de Dios. A través de Moisés y los profetas, Dios le dijo al pueblo que iba a establecer un Nuevo Pacto con ellos (Deuteronomio 30:1-6; Ezequiel 36:22-27; 37:24-28; Jeremías 31:31-34; 32:37-41; 33:14-26). Este Nuevo Pacto fue formalmente inaugurado por el Señor Jesucristo en lo que comúnmente se llama la Cena del Señor.
Cada uno de los pactos sucesivos con Adán, Noé, Abraham, Moisés y David encuentran su cumplimiento en el Nuevo Pacto en y a través de Jesucristo como se demuestra en las referencias del Nuevo Testamento bajo cada uno de los encabezamientos anteriores. El Antiguo Pacto, con sus profecías y sombras, ahora ha dado paso al Nuevo Pacto con su cumplimiento y realidad.
Jesús es esa simiente prometida de la mujer que derrotaría a Satanás. Él es la manera predicha por la cual la simiente de Abraham bendeciría a todas las naciones. Él es el único que ha obedecido la Ley de Dios perfectamente dada a través de Moisés y no está bajo condenación de la Ley. Él es el único sacrificio perfecto por el pecado por medio de quien todos los requerimientos de Dios para la restauración del hombre se cumplieron (Romanos 8:1-7).
Él es el cumplimiento, el tan esperado descendiente de David y ahora reina como el Cristo (Mesías o el ungido) sobre Su reino sentado en el trono prometido de Dios (Hechos 2:29-36). Como no creen en él, los judíos por descendencia natural han sido cortados y separados del pueblo de Dios. Los judíos que lo confiesan como su Salvador, junto con todos los gentiles que hacen la misma confesión, forman el verdadero Israel de Dios (Romanos 11:17-24; Gálatas 6:15-16), son participantes en el pacto de la promesa, miembros del estado libre de Israel, tienen esperanza y Dios en el mundo, miembros del la familia de Dios (Efesios 2:11-19). De esta manera, después de la venida de Cristo, la descendencia física ya no determina si uno es judío o no, sino que se decide por la naturaleza nueva de uno, si está o no circuncidado en el corazón (Romanos 2:27-29; Gálatas 2:15). Él es el recipiente de todas las promesas de Dios (Efesios 2:11-12: Romanos 15:9-10; 2 Corintios 1:20).
Aunque todas las promesas de Dios se cumplieron en Cristo, aun falta un cumplimiento mayor de esas promesas en los tiempos por venir. Cuando la obra de redención de Dios esté completa, el velo será removido y el presente reinado de Cristo se manifestará completamente (Hebreos 2:8, Filipenses 2:9-11). Entonces, Cristo entregará el reino a Dios el Padre para que Dios sea el todo en todo (1 Corintios 15:23-28).
DR. LEONARD J. COPPES
(Traducido por Mercedes Cordero y Carmen G. Villanueva)
Tomado de Iglesia reformada
viernes, 28 de junio de 2013
AMIGOS VISITANTES
Hola amigos de BETHESDA que el Dios Todopoderoso siga bendiciendoles, estos son los países que más visitan el blog: Estados Unidos 2353, Colombia 547, México 378, Perú 185, España 142, Argentina 90, Chile 86, Venezuela 68, Rusia 62 y Guatemala 39 Es un gozo contar con tu visita, ruego a Dios que estás lecturas puedan ser para tu edificación, gracias.
viernes, 11 de enero de 2013
A CUATRO AÑOS DEL QUINTO CENTENARIO DE LA REFORMA
Estamos a poco más de diez años de la celebración del quinto centenario del inicio de la Reforma Protestante (En los momentos de publicado este artículo en el año 2006). Históricamente hablando, a un paso. Sin duda, las distintas Iglesias cristianas, al menos las institucionalmente más importantes, han de estar ya comenzando a “calentar motores” para tal efemérides. Acontecimientos como estos, que ocurren una o dos veces al milenio, no se dejan escapar, ni se improvisa su conmemoración en un día. Siguiendo un orden lógico de proceder, los órganos de gobierno más importantes de las iglesias se estarán ya asesorando con las “cabezas pensantes” de cada confesión participantes en el llamado “dialogo ecuménico”, que son los que disponen de la información necesaria para hacerse una idea lo más cercana posible a la realidad del momento que el cristianismo, en el sentido más amplio de la palabra, está viviendo. No sería, por tanto, de extrañar que se aprovechara la ocasión para hacer conseguir algún tipo de operación histórica tendente a la superación definitiva de las divisiones seculares entre las iglesias. Porque, en nuestros días de diálogo ecuménico e interreligioso, de acercamiento institucional y doctrinal sin precedentes entre las distintas confesiones, de globalización acelerada del universo económica, cultural y políticamente, ¿que sentido tiene celebrar la Reforma, sino es para celebrar que ha sido ya superada?
Está claro que la superación de la Reforma no puede presentarse de manera que los que se declaran hijos de ella, los evangélicos, la nieguen, o renieguen de ella. Ello significaría que hay vencedores y vencidos. Ello supondría reconocer que los evangélicos somos algo así como un error de la Historia. Y, según nuestra moderna manera de pensar, no hay errores históricos. Todo en la Historia tiene su razón de ser, y todo tiende hacia el bien último de la Humanidad, si es que se aprovecha lo que de positivo tiene. La clave, por tanto, está en decidir qué es lo que se considera positivo, lo que hay que retener e integrar en el, llamémosle así, “bien mayor común”. ¿Y cuál sería lo positivo de la Reforma? Sin duda, identificarla con la libertad de pensamiento del individuo frente a los dogmatismos de la Iglesia-institución, que serían siempre productos del momento histórico en que se vive. Así se ha identificado a Lutero, a uno y otro lado de la Reforma, al menos durante los últimos doscientos años. La Reforma, por tanto, sería el padre, o la madre, de la Ilustración. Y ello ya no causa problemas a la Iglesia del Concilio Vaticano II. Se puede, por tanto, asumir, asimilar, por cuanto ya habría dejado de ser antagónica.
El problema con este discurso revisionista de la Reforma es que no se corresponde
con lo que la Reforma fue, ni lo que fue su “motor espiritual”. La Reforma no fue un movimiento optimista acerca del hombre, como lo es el humanismo liberal. La Reforma, iniciada por Lutero en Alemania, continuada por Zuinglio, Bucero, Bullinger, Calvino, Beza en Suiza, proclamada luego en las confesiones de fe de Francia, Países Bajos, Reino Unido, etc., tenía una visión profundamente (¡bíblicamente!) pesimista del hombre. Baste considerar las últimas palabras escritas de Lutero: “Todos somos mendigos. Esto es la verdad”. O que Calvino, en su Institución de la Religión Cristiana, lo primero que escribe es que, para conocer a Dios, es necesario conocerse a sí mismo, lo cual significa conocer el estado de gran miseria en el que uno se encuentra.
La Reforma, por tanto, no fue, o no lo fue esencialmente, el enfrentamiento de la conciencia del individuo frente a la institución de la Iglesia. Ello demanda una fe en el individuo de la que la Reforma, sin ningún género de dudas, carecía por completo. Ello significa, asimismo, arrinconar a la Reforma como si fuera algo simplemente individual y personal de sus protagonistas, por lo que no sería, por lo tanto, nada esencial a la Iglesia de Jesucristo. Así se la ha considerado durante siglos por los que la han denigrado. Según ellos, por encima de los personalismos de Lutero, Calvino, etc., la Iglesia “de verdad” seguiría estando de su lado, la cual, en la actualidad, estaría dispuesta a comprender, e incluso llegar a perdonar, todas estas expresiones personales de fastidio por lo humano, a condición de que no se consideren a sí mismas, ni se las considere, como la verdadera doctrina bíblica del hombre.
Por tanto, si se quiere empezar a entender la Reforma, simpatizar o llegar a familiarizarse con lo que es y representa, se ha de comenzar precisamente por este punto primordial: La Reforma significa, por encima de todo, el desvanecimiento del hombre delante Dios. El hombre y Dios no son dos iguales, ni se encuentran en un plano de igualdad. El hombre no tiene derechos para con Dios. El Dios eterno e infinito está infinitamente exaltado por encima de todas sus criaturas. El hombre no puede llegar jamás a Dios, a no ser que Dios venga a Él primero, y consienta en tratar con él. Así es desde el principio. El hombre, además, y también desde el principio, no es neutro ante Dios. Es culpable, está lleno de miseria, arrastra la culpa del primero de los hombres, la cual pasa a interiorizar, porque él también es pecador. “El designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5), lo cual le lleva a exclamar como Pablo: “Miserable hombre de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24).
Ver el mundo así, sin excepción, y verse de esta manera, genera, en el espíritu de la Reforma, una respuesta concreta en el hombre. En la mentalidad humanista, antigua o moderna, esta ruina sin remedio del hombre llevaría a la más completa desesperación. En la Reforma, por el contrario, no es así. Siguiendo a la Biblia, la Reforma sitúa en la cima del mundo a Dios, quien dirige soberanamente todos los caminos de los hombres. “Jehová mata, y Él da vida; Él hace descender al sepulcro, y hace subir. Jehová empobrece, y Él enriquece; abate y enaltece” (I Samuel 2:6-7).
Los corazones de los hombres están es sus manos como los repartimientos de las aguas: los inclina a todo lo que Él quiere (Proverbios 21:1). Suya es incluso la respuesta de la lengua (Proverbios 16:1). Por lo tanto, es sabio temer a Dios. Él puede entregarnos en manos de nuestras propias acciones, en pago de nuestros pecados. Como Dios tiene igualmente poder para librarnos de ellas. El temor de Dios es el principio de la sabiduría, y a ella están unidos tanto el bien en esta vida, como en la venidera.
Pero, sobretodo, la percepción del profundo mal humano, empezando por el de uno mismo, lleva en la Reforma a la exaltación de la gracia de Dios. El hombre se encuentra en Jesucristo con la gracia de Dios, una gracia que es plenamente gracia, por lo tanto inmerecida, por cuanto la gracia de Dios es la persona misma de Jesucristo, y lo único que hace es contemplar confiadamente a Jesucristo como el autor y el consumador de la fe (Hebreos 12:2). Jesucristo es el principio y el fin, el Alfa y el Omega, Él es el todo de la salvación. Por ello Jesucristo es el único Mediador de los hombres ante Dios (I Timoteo 2:5). Pero no un Mediador lejano e inaccesible, para el que necesitamos el concurso de otras ayudas, sino que mora en el que tiene fe en Él. “Si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia” (Romanos 8:10). Hasta el punto de poder decir “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20) y “el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14).
¿Es todo esto una expresión personal, circunstancial, relativa de la fe cristiana? ¿O un delirio de los reformadores, anatemizado con justicia por la Iglesia en su día? ¿O es más bien la expresión de la fe de la Iglesia, de la fe católica, la de todo aquel que ha sido redimido por Jesucristo?
Por supuesto, la Reforma ha respondido a estas preguntas de manera inequívoca. No por la defensa de su nombre propio, o el de cualquiera de los que la han defendido, sino por encima de todo por el honor debido a Dios y la defensa de Su verdad, considerando que es la posición contraria la que sustrae la gloria a Dios, y sitúa al hombre en Su lugar, en concreto a la Iglesia como institución. No que la Iglesia institucional, o Iglesia visible, no tengan importancia para ella. Al contrario. Como está ligada al Señor por los votos del bautismo (la Alianza de gracia) la Iglesia ha de ser fiel a Dios cueste lo que cueste. Si la verdad de Dios está en entredicho, la verdad de Dios ha de vencer. Y de hecho, vence, con o sin nosotros. Si callamos nosotros, las piedras clamarán.
Y esto es lo que trajo en su día la Reforma, hace casi quinientos años. Esto es lo que la mantiene viva, allá donde ella todavía perdura, aun entre aquellos que de nombre se consideran sus herederos. Sí, incluso dentro de las iglesias evangélicas, es difícil encontrarse con este estado de espíritu. Nos hemos acomodado tanto a la mentalidad ambiente, que hemos sustituido el espíritu de la Reforma por meras estrategias humanas, aunque sean con el fin de ganar al mundo para Cristo. Y hace casi quinientos años, ella no fue el resultado de ningún plan premeditado, ni fue el medio para conseguir ningún bien mayor. Sino que fue la expresión de su misma presencia, que reclama el lugar que le es suyo en la Iglesia.
Tomado de: En la Calle Recta, nº 202 (sept.-oct. 2006), pp. 9-11 En: Academia de Teología Reformada
domingo, 26 de agosto de 2012
HIMNO: DÍA TAN GRANDE
DÍA TAN GRANDE

Música: Roberto H. Dalke
Traduc: John W. Peterson
I
Día tan grande no puedo olvidar,
Día de gozo sin par.
Cuando en tinieblas al verme andar,
Vino a salvarme el Señor.
Gran compasión tuvo Cristo de mí,
De gozo y paz me llenó.
Quitó las sombras, Oh, gloria a su nombre,
La noche en día cambió.
CORO
Dios descendió, y de gloria me llenó;
Cuando Jesús por gracia me salvó.
Fui ciego, me hizo ver, y en Él renacer.
Dios descendió, y de gloria me llenó
II
Nací de nuevo, en virtud de Jesús;
A la familia de Dios.
Justificado por Cristo el Señor,
Gozo la gran redención.
Bendito sea mi Padre y Dios,
Que cuando vine con fe,
Fui adoptado por Cristo el Amado.
Loores por siempre daré.
III
Tengo esperanza de gloria eternal;
Me regocijo en Jesús.
Me ha preparado un bello lugar,
En la mansión celestial. Siempre recuerdo con fe y gratitud,
Al contemplarle en la cruz,
Que sus heridas me dieron la vida;
Alabo al bendito Jesús.
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