domingo, 26 de agosto de 2012

HIMNO: DÍA TAN GRANDE


DÍA TAN GRANDE

Letra: John W. Peterson
Música: Roberto H. Dalke
Traduc: John W. Peterson

I
Día tan grande no puedo olvidar,
Día de gozo sin par.
Cuando en tinieblas al verme andar,
Vino a salvarme el Señor.
Gran compasión tuvo Cristo de mí,
De gozo y paz me llenó.
Quitó las sombras, Oh, gloria a su nombre,
La noche en día cambió.

CORO
Dios descendió, y de gloria me llenó;
Cuando Jesús por gracia me salvó.
Fui ciego, me hizo ver, y en Él renacer.
Dios descendió, y de gloria me llenó

II
Nací de nuevo, en virtud de Jesús;
A la familia de Dios.
Justificado por Cristo el Señor,
Gozo la gran redención.
Bendito sea mi Padre y Dios,
Que cuando vine con fe,
Fui adoptado por Cristo el Amado.
Loores por siempre daré.

III
Tengo esperanza de gloria eternal;
Me regocijo en Jesús.
Me ha preparado un bello lugar,
En la mansión celestial. Siempre recuerdo con fe y gratitud,
Al contemplarle en la cruz,
Que sus heridas me dieron la vida;
Alabo al bendito Jesús.

jueves, 3 de mayo de 2012

VIDA DESPUES DE LA MUERTE

La existencia de la vida después de la muerte es una pregunta universalmente hecha por la humanidad. Job habló por todos nosotros cuando preguntó, “El hombre nacido de mujer, corto de días y hastiado de sinsabores, sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece...si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:1-2, 14). Como Job, casi todos nosotros hemos sido desafiados por esta pregunta. ¿Qué exactamente nos sucede después de morir? ¿Dejamos de existir simplemente? ¿Es la vida una puerta giratoria de la que se sale y se regresa a la tierra a fin de alcanzar la grandeza personal? ¿Van todos al mismo lugar, o vamos a diferentes lugares? ¿Hay realmente un cielo y un infierno? La Biblia nos dice que no solamente hay vida después de la muerte, sino que hay una vida eterna tan gloriosa que “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1ª Corintios 2:9). Jesucristo, Dios encarnado, vino a la tierra para darnos este don de la vida eterna. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5). Jesús asumió el castigo que cada uno de nosotros merecemos, y sacrificó su vida misma. Tres días después, Él se mostró victorioso sobre la muerte al levantarse de la tumba. Permaneció sobre la tierra por cuarenta días y fue visto por miles de personas antes de ascender al cielo. Romanos 4:25 dice, “El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.” La resurrección de Cristo fue un evento bien documentado. El Apóstol Pablo desafió a la gente a cuestionar a los testigos oculares de la validez de la resurrección, y nadie fue capaz de impugnar esta verdad. La resurrección es la piedra angular de la fe Cristiana; porque Cristo resucitó de la muerte, podemos tener fe de que también seremos resucitados. La resurrección de Jesucristo es la prueba definitiva de la vida después de la muerte. Cristo fue solamente el primero en una gran cosecha de personas que serán resucitadas nuevamente a la vida. La muerte física vino a través de un hombre, Adán, con quien todos estamos relacionados. Pero todos los que hemos sido adoptados en la familia de Dios a través de la fe en Jesucristo, recibiremos vida nueva (1ª Corintios 15:20-22). Así como Dios levantó el cuerpo de Jesús, así nuestros cuerpos serán resucitados cuando vuelva Jesús (1ª Corintios 6:14). Aunque eventualmente todos resucitaremos, no todos irán al cielo. En esta vida, cada persona debe tomar una decisión, y esto determinará su destino eterno. La Biblia dice que está establecido para nosotros morir una sola vez, y después de eso viene el juicio (Hebreos 9:27). Aquellos que han sido hechos justos por la fe en Cristo irán a la vida eterna en el cielo, pero los que rechazan a Cristo como su Salvador serán enviados al castigo eterno del infierno (Mateo 25:46). El infierno, al igual que el cielo, no es solamente un estado de existencia, sino un lugar literal y muy real. Es un lugar en donde los injustos experimentarán la eterna ira de Dios sin fin. Ellos soportarán tormentos emocionales, mentales y físicos, sufriendo conscientemente de la vergüenza, remordimiento y desprecio. El infierno se describe como un abismo interminable (Lucas 8:31, Apocalipsis 9:1), y un lago de fuego, que arde con sulfuro, en donde los habitantes serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos (Apocalipsis 20:10). En el infierno, habrá el lloro y el crujir de dientes, dando inicio a pena intensa y cólera (Mateo 13:42). Este es un lugar “donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9:48). Dios no quiere la muerte del impío, sino que se vuelva de su camino malvado para que viva (Ezequiel 33:11). Pero Dios no va a forzarnos a la sumisión. Si escogemos rechazarlo, Él acepta nuestra decisión de vivir apartados de Él eternamente. La vida sobre la tierra es una prueba – una preparación para lo que ha de venir. Para los creyentes, es la vida eterna en la presencia inmediata de Dios. Para los incrédulos, la vida después de la muerte es una eternidad en el lago de fuego. Entonces, ¿cómo podemos recibir la vida eterna y evitar una eternidad en el lago de fuego? Hay solamente una manera – a través de la fe y confianza en Jesucristo. Jesús dijo, “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá, Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente…” (Juan 11: 25-26). El don gratuito de la vida eterna está disponible para todos. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). No nos será dada la oportunidad de recibir el regalo divino de la vida eterna después de la muerte. Nuestro destino eterno es determinado durante la vida aquí en la tierra, por nuestra recepción o rechazo de Jesucristo. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación.” (2 Corintios 6:2) Si confiamos en la muerte de Jesucristo como el pago por nuestro pecado contra Dios, se nos garantiza no solamente una vida significativa sobre la tierra, sino también vida eterna después de la muerte en la presencia gloriosa de Cristo. Por Gotquestions

martes, 3 de enero de 2012

¿Son castigados los hijos por los pecados de los padres?


Ni los hijos son castigados por los pecados cometidos por sus padres; ni los padres son castigados por los pecados de sus hijos. Cada uno es responsable por sus propios pecados. Ezequiel 18:20 nos dice, “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo.” Este verso muestra claramente que el castigo por los pecados de una persona, es asumido por ella misma.

Hay un verso que, cuando es malentendido, ha llevado a algunos a creer que la Biblia enseña que el castigo por el pecado es inter-generacional, pero esta interpretación es incorrecta. El verso en cuestión es Éxodo 20:5, el cual declara con referencia a los ídolos: “No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque Yo Soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen.” Este verso está hablando no de castigo, sino de consecuencias. Está diciendo que las consecuencias de los pecados de un hombre, pueden repercutir en generaciones posteriores. Dios estaba diciéndoles a los israelitas que sus hijos sentirían el impacto de la generación de sus padres, como una consecuencia natural de esta desobediencia, de su aborrecimiento a Dios. Los hijos que crecían en tal ambiente, practicarían de igual modo la idolatría, cayendo en el preestablecido patrón de desobediencia. El efecto de una generación desobediente, plantaba la maldad tan profundamente, que tomaba varias generaciones para revertirla. Dios no nos responsabiliza por los pecados de nuestros padres, pero a veces sufrimos como resultado de los pecados que cometieron nuestros padres, como lo ilustra Éxodo 20:5.

Como enseña Ezequiel 18:20, cada uno es responsable por sus propios pecados y debe cargar con el castigo por ellos. No podemos compartir nuestra culpa con otros, ni los otros pueden ser responsables por ellos. Sin embargo, existe una excepción a esta regla, y es aplicable a toda la humanidad. Un Hombre puede cargar los pecados de otros y pagar el castigo por ellos, para que los pecadores sean totalmente justos y puros a los ojos de Dios. Ese Hombre es Jesucristo. Porque Dios envió a Jesús al mundo para intercambiar Su perfección por nuestros pecados. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él.” (2 Corintios 5:21). Sólo Jesucristo puede quitar el castigo por los pecados de aquellos que acuden a Él en fe.
Por Got questions